Ykua Kurusu: donde el agua, la tierra y la fe se dan la mano
Ykua Kurusu es mucho más que un manantial en forma de cruz: es un símbolo profundo de identidad, devoción y memoria colectiva en San Juan Nepomuceno.

En un rincón apacible, en el corazón mismo de San Juan Nepomuceno, entre árboles centenarios que parecen susurrar leyendas al oído del visitante, donde los Charavanas encontraron su paraíso, se encuentra el Ykua Kurusu. No es solo un manantial: es un santuario vivo, una memoria líquida que atraviesa generaciones y se renueva en cada gota.
Allí, en el lugar turístico por excelencia del pueblo, el agua brota clara desde el corazón de la tierra, como si quisiera contar —con su murmullo suave— la historia de una comunidad que encontró en esta fuente un símbolo sagrado. El manantial, contenido ahora en una estructura de piedra labrada por manos que saben respetar lo ancestral, fluye dentro de una cruz perfectamente delineada. No es casualidad: es una declaración silenciosa de identidad. Una cruz que no impone, sino que inspira; que no pesa, sino que alivia.
Ykua Kurusu, San Juan Nepomuceno.
De noche, el Ykua Kurusu se transforma. La piedra se viste de luces cálidas, las ramas se engalanan con estrellas, y el silencio se vuelve más profundo, casi reverencial. Es entonces cuando el manantial parece hablar más fuerte, cuando su agua refleja no solo el cielo, sino también la espiritualidad de quienes vienen a contemplarlo. Las luces no ciegan, acarician. Los adornos no interrumpen, acompañan. Todo respira armonía.
Este sitio, recuperado y renovado con esmero por la administración municipal a cargo de Orlando Rojas Villalba, se convirtió en un verdadero punto de encuentro entre lo sagrado y lo terrenal. Aquí llegan peregrinos, vecinos, curiosos, estudiantes, abuelas y niños. Algunos traen oraciones; otros buscan agua, otros paz. Pero todos, sin saberlo quizá, se llevan algo más: un instante de comunión con algo antiguo, hondo y verdadero.
Ubicado en pleno centro de San Juan Nepomuceno, el Ykua Kurusu no necesita hablar de sí mismo para ser comprendido. Basta acercarse, oír el murmullo del agua, seguir el trazo blanco de su cruz, y dejarse abrazar por esa mezcla de frescura y fervor que solo se encuentra en los lugares donde la naturaleza y la fe conviven en silencio.
Allí donde el agua nace, nace también San Juan Nepomuceno… y con él, la esperanza.