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Como si se tratara de una tragicomedia de pueblo chico, en defensa del mandamás de Nepolandia, señalado por varios delitos, apareció un viejo conocido del folclore político: el infaltable “bebé guacho”.

Criado a biberón y silencio en la tierra del revés y sostenido por un alma caritativa nepomucena. El oscuro personaje decidió salir del anonimato justo cuando ahora que se le acabó la leche...

 

Tras años de alimentarse a cucharaditas de afecto de la nepomucena (y algo más), el bebé —ya bastante crecidito, pero igual de dependiente— no soportó ver cómo tambaleaba su fuente de sustento político.

Así que, entre quejidos y súplicas disfrazadas de opinión, empezó a balbucear loas al jefe supremo. Porque claro, cuando uno ha vivido del afecto oficialista, es normal que el mínimo temblor provoque llantos desconsolados.

 

Dicen que el mandamás, conmovido por tanta lealtad húmeda, ya está viendo cómo reponerle el biberón... o al menos un chupetín con sabor a promesa.

 

 

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