San Juan Nepomuceno merece algo mucho mejor
Por Antonio Caballero.

La administración del intendente Derlis Molinas ya no está simplemente desgastada: está agotada, cuestionada y desacreditada ante los ojos de una ciudadanía que siente que su ciudad se viene abajo mientras la Municipalidad actúa como si nada pasara. La caída de la popularidad del jefe comunal no es un accidente político: es el resultado directo de una conducción que abandonó sus obligaciones más básicas y que transformó la institución municipal en un espacio marcado por la improvisación, el desorden y los privilegios.
San Juan Nepomuceno está pagando el precio de una gestión que confundió poder con propiedad, y que dejó que el distrito se empobreciera, se ensuciara y se deteriore a un ritmo nunca antes visto. Caminos destruidos, calles llenas de cráteres, pozos que parecen permanentes, barrios aislados por el mal estado de las vias… Todo esto no es mala suerte ni culpa del clima: es la consecuencia directa de un municipio que dejó de trabajar.
La basura acumulada sobre la PY18 es un símbolo doloroso: la entrada al distrito parece una advertencia, una postal del abandono. Mientras tanto, la gestión municipal se limita a mirar al costado, actuando como si esta realidad fuera normal, aceptable o inevitable. No lo es.
Las plazas abandonadas —Corazón de Jesús, San José, San Luis— se han convertido en el reflejo urbano de la inacción. Lugares que deberían ser orgullo barrial hoy parecen escenarios de descuido, oscuridad y peligrosidad. No es solo estética: es desinterés evidente por la vida comunitaria.
Pero lo más delicado no está solamente en los espacios públicos, sino en los espacios administrativos. La ciudadanía observa con creciente indignación cómo los contratos municipales terminan en manos de familiares, allegados o empresas vinculadas a figuras cercanas al poder. La recolección de basura adjudicada a parientes del intendente, los contratos de obras públicas que benefician a grupos privilegiados, las empresas con prestanombres que aparecen una y otra vez… Todo esto alimenta la sensación de que la Municipalidad dejó de ser de todos para convertirse en un círculo cerrado.
No se necesita una acusación formal para constatar una realidad evidente: cuando un gobierno se dedica a proteger a los suyos antes que a servir a su comunidad, ese gobierno deja de ser legítimo moralmente.
San Juan Nepomuceno merece un líder que trabaje, no uno que se excuse. Merece planificación, no parches. Merece transparencia, no dudas. Merece resultados, no propaganda.
Y es precisamente ese vacío —ese cansancio colectivo, ese hartazgo ciudadano— el que explica el surgimiento del joven médico Amílcar Miño como la figura que hoy concentra la atención y las intenciones de voto dentro del Partido Colorado. Su ascenso no es un fenómeno espontáneo: es la consecuencia directa del derrumbe político del actual intendente. Nadie puede garantizar que Miño será la solución, pero hoy representa, para los republicanos, un escape urgente ante una administración que simplemente dejó de inspirar confianza.
La verdad es simple y contundente: San Juan Nepomuceno no puede seguir así. No merece seguir así.
El distrito necesita un cambio profundo, inmediato y valiente. Y quien aspire a gobernar deberá entender que la paciencia de la gente se agotó. Ya no hay margen para la indiferencia ni para el clientelismo disfrazado de gestión.
La ciudadanía ya decidió el tono del mensaje:
“O cambian, o se van”.
Así de claro. Así de contundente. Así de necesario.



