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Nepolandia: la telenovela entra en fase de carnicería.

Las encuestas muestran a Alambre de Púas bailando sobre la cabeza de Mbykychoto, actual mandamás, quien —fiel a su fama— no quiere entregar la carne limpia ni muerto.
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Acorralado, Mbykychoto intenta un acuerdo de último suspiro, pero lo hace con la lista de supermercado en una mano y la caja registradora en la otra. Exige que Shinoceronte, medio apepu de su reindy, siga cazando basura del presupuesto; caso contrario, que el bum-bum recolector sea comprado por la Municipalidad… o sino volverá al noble oficio de amasar harina y alquilar sillas para velorios políticos.

La media naranja —ya más limón pasado— de Shinoceronte tampoco suelta la teta del Estado: quiere seguir colgada de Tekorei pe Guara, esa vaca sagrada que da leche pública todos los meses sin necesidad de ordeñar.
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Pero el plato principal del chantaje es más indigesto todavía: Mbykychoto exige que el próximo mandamás use sí o sí su empresa constructora para hacer caminos, porque si no —amenaza— las máquinas viales recién llegadas de Shinolandia quedarán de adorno, como elefantes blancos en desfile de corruptos.

Y hablando de máquinas nuevas, brilla la pregunta incómoda:
¿De dónde salió tanta plata?
Porque hace cuatro años su aserradero era un cementerio de maderas mojadas, sin techo, sin laburo y sin futuro… y hoy Mbykychoto nada en dólares como pato en laguna ajena.
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Mientras tanto, los fiscales, jueces y la Contraloría practican un deporte extremo: hacerse los ciegos, sordos y mudos en simultáneo.
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Lo único verdaderamente cierto es que el acercamiento entre Mbykychoto y Alambre de Púas existe. La gráfica lo confirma. Ahora falta saber si Alambre firma este pacto con olor a podrido, o si finalmente alguien en Nepolandia se anima a desenchufar las máquinas del viejo circo.



